Mi nombre es Carolina Rondinelli tengo 17 años y soy de Burzaco, Buenos Aires, Argentina. Llevo 17 años de vida acompañada de gente que quiero: familia, amigos, compañeros de colegio, entre otros. Pero hace 9 años que me acompaña algo muy especial para mí que es la Leucemia Mieloide Crónica. Dos días antes de mi cumpleaños número 8, una inesperada visita al pediatra me derivó directamente al Instituto del Diagnóstico y Tratamiento. Pasé mi cumpleaños rodeada de máquinas y agujas. Sin embargo fue ahí donde nació la verdadera Carolina. Esas dos semanas me encontré en situaciones que no eran del todo entendibles para mí. “Tenés un problemita en la sangre y los médicos te quieren cuidar”, decía mi mamá buscando las palabras más sutiles que se pueden encontrar para explicarle porque estaba rodeada de médicos a una nena de 8 años. Por suerte, desde muy chica tengo admiración por los médicos, lo cual me ayudó a no sentirme tan incómoda en ese ambiente. Fueron muchos impactos para mí siendo tan chica, desde aprender a tomar pastillas y dejar de lado el jarabe, hasta acostumbrarme a ir al medico a sacarme sangre cada quince días, después cada mes y así sucesivamente.
Mis padres fueron un gran pilar para mí todo este tiempo. Hace 9 años que tienen que acompañarme a los médicos, conseguirme el medicamento, aguantarse mis dolores entre otras cosas. Sin embargo, debo destacar que a pesar de todo jamás los encontré tristes ni desalentados. Ese fue un gran motor para mí. Por suerte supieron ocultar todo el dolor que conlleva tener a tu primera hija enferma y no poder hacer nada para revertir la situación y ser ellos los que padezcan la enfermedad. Al mismo tiempo nunca dejaron de lado a mi hermana que solo tenía 5 años y no entendía por qué yo no estaba en casa.
Un día, a los 14 años, empecé a hacer memoria de todo lo que me estaba pasando: yo seguía sin entender del todo lo que le sucedía a mi cuerpo hasta que empecé a buscar información sobre el tema. ¿Los resultados de mi investigación? Cáncer. Nunca pasé por una quimioterapia ni tampoco por un trasplante; Sin embargo me asustó leer la palabra, pensé lo peor. Pero después de la charla con mi médica logré entender qué “leucemia” ya no es un sinónimo de muerte ni nada similar. Aprendí a convivir con ella y en vez de verlo como algo negativo lo tomé como una virtud que actualmente me identifica. Hoy en día agradezco ser yo la que padece la enfermedad y no otro; no solo por el simple hecho de lo costoso que es el tratamiento y la posibilidad que tengo de poder pagar una obra social que me cubra los gastos. Si no también haber sido yo la que se ve acompañada de esta enfermedad y no alguien cercano a mi como podría ser mi hermana.
Surgen momentos en los cuales anímicamente uno sube y baja todo el tiempo, a veces lloro sin motivo o estoy más feliz que de costumbre. La esperanza es lo último que se pierde y gracias a toda la tecnología y los avances médicos de hoy en día, las respuestas son positivas y a corto plazo, por eso no hay que dejarse llevar por lo que la palabra “cáncer” genera y ponerse mal.
Mi historia fue escuchada repetidas veces por gente cercana a mí, pero algo que me ayuda mucho es hablar del tema cada tanto. Si bien uno como enfermo lleva una vida normal, de todos modos a veces hay que desahogarse; me es útil y hasta a veces terapéutico que las personas me pregunten cómo me siento y me pidan que les cuente cómo es mi vida día a día. Encuentro que hablar es uno de los factores más importantes e infaltables durante el tratamiento. Ya sea paciente-profesional, paciente-familiar o paciente-amigo. Resaltó que es algo fundamental que la gente que te rodea sepa como estas, si te duele algo, si tenes ganas de llorar o alguna duda dando vueltas en tu cabeza. Desahogarse es el mejor remedio que pude encontrar a lo largo de estos años.
¿Por qué considero que en esa etapa de mi vida nació Carolina? Porque tantas vivencias que fui teniendo que enfrentar a lo largo de mi infancia y adolescencia formaron lo que es hoy mi carácter y mi forma de enfrentar las situaciones. Porque estoy segura de que no solo yo sino que todos los que padecen esta enfermedad, supimos crear un escudo protector ante los problemas tanto externos como internos. Con esto quiero decir que cada uno de nosotros sabemos enfrentar dolores musculares, fuertes migrañas, cansancio o también una pelea familiar o con algún compañero ajeno a la enfermedad. Pero estos detalles, en mi caso, no me frenaron, porque sé que “hay cosas peores”.
Hoy en día vivo una vida sumamente normal: salgo a la calle, hago lo que me gusta, me junto con mis amigas porque la leucemia nunca fue un freno para mí; al contrario, siempre fue un motor de avance que me hace pensar en lo lindo que es vivir y estar rodeado de gente que se preocupa por mí. Para alguien que padezca la misma enfermedad que yo recomendaría no quedarse callado; uno viene a la vida con una meta y nada ni nadie debería impedir, ni mucho menos una enfermedad, las ganas de hacer cosas, de llorar, de reír y más que nada de divertirse porque a eso vinimos.